Gabriela Ochoa
🕑 26 de abril de 2021
Una primera investigación determina cómo y en qué medida la inseguridad y violencia armada afectan la salud mental de las personas.
El estudio describe las percepciones sociales antes, durante y después del conflicto y explica cuáles son las secuelas de la violencia armada en la salud mental.
Miedo, desolación, desesperanza y olvido son, en general, los sentimientos que invaden a las personas que participaron en esta investigación. Se trata del análisis de prácticas, conocimientos y actitudes sobre salud y enfermedad de personas que vivieron de cerca el conflicto armado de inicios del 2018 en la frontera norte, en Esmeraldas.
El estudio describe las percepciones sociales antes, durante y después del conflicto y, sobre todo, explica cuáles son las secuelas que deja el hecho de vivir tales niveles de violencia e inseguridad.
Datos sobre salud mental
Según la OMS “la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. La salud mental, por su parte, la define como el “estado de bienestar en el que el individuo realiza sus capacidades, supera el estrés normal de la vida, trabaja de forma productiva y fructífera, y aporta algo a su comunidad”. El organismo añade que factores socioeconómicos, biológicos y medioambientales son determinantes en la salud mental.
Hace poco más de 10 años la Organización Panamericana de la Salud (PAHO) insistió a los países de la región incluir a la salud mental entre sus prioridades. Sin embargo, el mismo organismo reconoce que los recursos destinados a programas de salud mental son insuficientes o no son usados de manera correcta.
Esto dificulta ampliamente la opción de tratamiento psicológico o psiquiátrico, además se suman contextos sociales como la pobreza, consumo de sustancias psicoactivas, violencia, discriminación o exclusión social y el panorama se vislumbra mucho más preocupante.
Si bien las acciones que se realicen en torno a la salud mental son parte fundamental de este problema, también son importantes las condiciones sociales en las que se desenvuelven las personas y, que se cree, influyen en la aparición de problemas mentales, en algunos casos si ya los tienen, los podría intensificar.
Otros datos de la PAHO en 2019 indican que más de un tercio de la discapacidad total en la región de las Américas se debe a trastornos mentales de los cuales la depresión afecta en mayor proporción. En el mundo hay 350 millones de personas (de todas las edades) con depresión, de ellas el 5% en América y el Caribe. Adicional a ello, 6 de cada 10 personas no buscan o no reciben tratamiento.
Hay una primera investigación sobre la salud mental en habitantes de frontera norte
Se estima que factores biológicos, psicológicos o sociales (procesos de estrés, problemas familiares, enfermedades cerebrales, factores heredados o genéticos, problemas mediáticos) inciden en la aparición de trastornos mentales. En América, 63.000 personas se quitan la vida cada año, explica Jorge Rodríguez, asesor en Salud Mental de la PAHO. Añade que la depresión no solo afecta a la persona enferma sino a su familia y entorno comunitario.
Eduardo Apunte, médico cirujano responsable de la investigación en la frontera norte ecuatoriana, recuerda claramente los rostros de desconfianza de esmeraldeños y algunos colombianos que habitaban la zona.
Todo empezó cuando inició su internado en un hospital en Esmeraldas, muy cerca de la frontera. Ahí convivió con la comunidad e identificó condiciones de pobreza, desatención y carencias, entre otras situaciones. Pronto supo que las poblaciones más cercanas a la frontera vivían situaciones peores: “solo conviviendo con ellos logramos sentir lo que ellos sienten”, explica.
Los niños y adolescentes son los que más preocupan. Además de enfrentamientos armados, buena parte de este sector de la población vive en condición de pobreza, sufren por desatención médica, escasez de medicamentos y la educación es deficiente. Muchos de ellos, explica la investigación, cuando tienen un problema de salud acuden a ‘curanderos’, terminan haciendo tratamientos a través de ceremonias, tomando brebajes. Esto también dificulta la atención que se pueda brindar a pacientes con posibles trastornos mentales: “ellos no entienden la noción de salud mental, mucho menos que no atenderla es un problema, lastimosamente, creen que sus condiciones mentales son algo con lo que tienen que vivir”, concluye Eduardo.
El psicólogo clínico Ernesto Flores explica que precisamente entre las consecuencias que trae, a largo plazo, estas situaciones de violencia es la normalización de esas condiciones. Esto implica muchas veces la repetición de las mismas. Sumado a ello patologías psicológicas, depresión y consumo de alcohol o drogas, hacen mucho más probable que se vea esas mismas dinámicas en generaciones posteriores, dice Ernesto.
La investigación aborda, entre otras cosas, los síntomas que la inseguridad y violencia de conflictos armados podría desencadenar en las personas. Entre ellas: síntomas y trastornos depresivos y ansiedad, estrés post traumático, afecciones psicosomáticas (dolores de cabeza, problemas digestivos entre otros), violencia intrafamiliar, abuso de alcohol y sustancias psicoactivas en el peor de los casos, incluso, ideación o comportamientos suicidas.
“Las consecuencias se ven no sólo inmediatamente, sino que pueden aparecer y perdurar a largo plazo”, escribe la investigación. Por ejemplo, la depresión reactiva (exógena) tiene que ver con causas externas como pérdidas humanas, económicas, sociales entre otras. La condición recae en qué tan estresante resulta un episodio para un individuo u otro. Entonces la depresión reactiva tiene que ver con el ambiente (estrés) en el que se vive, sumado a factores biológicos.
¿Cuándo y cómo se debería actuar ante situaciones de violencia armada? -Lo ideal es trabajar desde la perspectiva de la psicología comunitaria, popular, de la intervención en crisis, explica Ernesto. -¿Cuando?- Siempre. Lo idóneo sería actuar sobre la crisis pero siempre se puede hacer algo, siempre es buen momento. “Lo que sí, se necesitan personas capacitadas en ese tipo de intervenciones específicas que antes mencionamos: en primeros auxilios psicológicos, creando grupos de contención, interviniendo en crisis, haciendo terapia en crisis”, concluye Ernesto.
A nivel regional, el conflicto armado dejó episodios de angustia por estrés postraumático y duelo prolongado, consecuentemente, los trastornos por estrés postraumático se evidencian en problemas para recordar, irritabilidad y entumecimiento cuando la gente recuerda y habla sobre lo vivido.
La investigación cita un análisis previo sobre trastorno de estrés postraumático en militares que participaron de conflictos armados de 1941, 1981 y 1995 en Ecuador. Se encontró que el 87% de los militares presentaron complicaciones físicas y psicológicas a causa del conflicto. Por ello, se sabe que las patologías mentales tienen que ver con el entorno traumático que vivió la persona. Si esta recibe estímulos negativos como la violencia armada, refuerza el estrés causando, en algunos casos, un trastorno depresivo.
Los diagnósticos que realizó Eduardo son de habitantes de los cantones Río Verde, Eloy Alfaro y San Lorenzo; poblaciones mucho más cercanas a la frontera. Los resultados indican depresión en varios niveles (la mayoría son mujeres), se encontró que el miedo, la desolación, y desesperanza son los denominadores comunes en ellas además del abandono y desinterés gubernamental como un factor agravante para su condición. La mayoría no continuó en tratamiento, cuenta Eduardo.
Según PAHO Guatemala y sus estudios sobre conflictos armados, guerras y desplazamientos, por ejemplo, determinaron que los problemas de salud mental “aparecieron y se incrementaron durante y después de la guerra”. Al igual que ecuatorianos de la frontera norte, experimentaron también sentimientos de frustración y desesperanza con respecto de su futuro. Incrementaron las adicciones. En general: “durante el conflicto armado se trastornó la vida de las familias y se produjo una gran desconfianza entre las personas, la comunicación era pobre y había mucho miedo o temor”, explica el documento.
Por último, Eduardo indica que aunque hubiera preferido hacer una indagación mucho más extensa, uno de las limitaciones que tuvo fue que gran parte de las personas que podían ser evaluadas y dar sus testimonios en la investigación se negaron a participar “por temor a represalias”.