José Luis Cañizares
🕑 20 de julio de 2021
“¿Para qué existe el feminismo si las mujeres ya tienen acceso a los mismos derechos que los hombres?”; esa frase es, tal vez, una de las más ocupadas para desestimar la lucha por la equidad de género. Sin embargo, la independencia personal, votar y hasta trabajar son derechos que las mujeres han tenido que ganarse a pulso y atravesando un sinnúmero de obstáculos.
Además, la desigualdad de género sigue siendo una realidad innegable en varios aspectos de la sociedad contemporánea; y la brecha en el tema laboral es, sin duda, una de las más visibles. Esto se demuestra con una rápida revisión a los datos laborales que ofrece el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC).
Según la Encuesta Nacional de Empleo, Desempleo y Subempleo (Enemdu) de mayo de 2021, la tasa de desempleo para las mujeres, en ese mes, fue del 7.2%; mientras que para los hombres, fue del 4.6%. Incluso, de la población de mujeres con empleo, tan solo el 25% tuvo acceso a un trabajo adecuado; a diferencia del 36.4% de la población masculina.
La llegada del covid-19 empeoró la brecha laboral de género; según ONU Mujeres, las mujeres son quienes “están soportando el peso de los efectos socioeconómicos” de la pandemia. El coronavirus y las medidas implementadas por los gobiernos, asegura esta organización, han generado un aumento desproporcionado de la tasa de desempleo para las mujeres, porque son quienes tienen empleos peor pagados y menos seguros.
De hecho, las estadísticas del INEC revelan que durante los peores meses de la emergencia sanitaria, entre mayo y junio del 2020, la crisis afectó más a las mujeres; para quienes la tasa de desempleo subió al 15.7%, mientras que la de los hombres era del 11.6%. Además, a esto se suma una realidad todavía más problemática; según ONU Mujeres, los hombres ganan 16% más.
Un trabajo desproporcionado
Ahora que sabemos que la inequidad en el acceso al empleo es un hecho, ¿por qué sigue presente esta realidad? Nora Fernández, docente de Economía de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) explica que este problema responde a tres variables principales: la discriminación por género, la falta de educación para cambiar los roles que la sociedad ha impuesto a las mujeres y, tal vez la más importante, la mala distribución de los trabajos de cuidado.
Aun cuando una mujer esté igual de capacitada que un hombre o tenga la misma, o mejor educación, es menos probable que sea elegida para una plaza laboral. “Hay unas barreras que no tiene ningún factor lógico o inexplicable; ese factor es la discriminación por género”, explica Fernández. Por otro lado, en cuanto a la educación, la economista señala que todavía se les enseña a las niñas y mujeres a cumplir roles que son subestimados en la sociedad; como los quehaceres del hogar.
Sin embargo, la economista afirma que una de las razones estructurales para mantener las brechas laborales de género es cómo se ha repartido el trabajo de cuidado; como la protección de los niños, ancianos o enfermos. Cumplir con estas tareas, que no son remuneradas, es uno de los roles que se les ha impuesto a las mujeres.
“Las mujeres explican que no están yendo a trabajar porque alguien no les da permiso o porque tienen alguien a quien cuidar. Esto es porque se cree que las mujeres son naturalmente cuidadoras. Lo que se ha comprobado que no es verdad”, señala Nora Fernández.
Por este motivo, corrientes como la economía feminista y la economía del cuidado promueven que los Estados apliquen políticas que refuercen las estructuras públicas de cuidados; como guarderías o centros de atención del adulto mayor. De esta manera, al liberar la carga de estas tareas, las mujeres podrán, finalmente, acceder a oportunidades laborales equitativas; porque el balance del cuidado de los hijos o los abuelos no recaerá obligatoriamente sobre sus hombros.