José Luis Cañizares
🕑 13 de mayo de 2021
En las grandes ciudades, las personas dan por sentado que al abrir la llave caerá agua potable; clara y limpia, sin embargo, ¿es esta la realidad de todo el país? Investigadores de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) probaron la calidad del agua en la ciudad de Esmeraldas, para analizar la presencia de posibles contaminantes emergentes y las consecuencias de un servicio de agua potable intermitente.
Agua y saneamiento, un privilegio
¿Por qué podríamos llamar a los servicios básicos un privilegio? Según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), 3 de cada 10 personas, o 2 100 millones de personas en el mundo, no tienen acceso al servicio de agua potable. Aún peor, 6 de cada 10 personas, o 4 500 millones, carecen de un sistema de saneamiento seguro.
La OMS detalla que, desde el año 2000, miles de millones de personas han obtenido acceso al agua potable y saneamiento, pero esto no significa que los sistemas ocupados garanticen la seguridad de los servicios básicos; entendiendo “seguridad” como la disponibilidad de agua potable libre de contaminación. Esta realidad aumenta el riesgo de contraer enfermedades como diarrea, especialmente en los niños. Por ejemplo, 361 mil niños menores de 5 años mueren cada año a causa de diarrea.
El agua en riesgo
Aumentando a la preocupación sobre los índices de acceso al agua potable y sistemas seguros de saneamiento en el mundo, también existe la realidad de los altos niveles de contaminación a los que se exponen las fuentes hídricas que ocupan las ciudades y poblados. Incluso, en la comunidad científica, crece la preocupación sobre un enemigo invisible del agua, del cual aún se sabe poco: los contaminantes emergentes.
Los contaminantes emergentes son químicos que se liberan al agua en pequeñas cantidades, pero que su bioacumulación representan un potencial peligro para la salud y el medio ambiente. Estos componentes pueden ser fármacos, pesticidas, productos de aseo e, incluso, metales pesados, como el plomo y el arsénico; los cuales se encuentran en la lista de “Sustancias químicas de gran preocupación para la salud pública” de la OMS.
Estos químicos se liberan al medio acuático a través de las aguas residuales; que, aun cuando son tratadas, no se garantiza que estén libres de contaminantes emergentes. Además, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), el 80% de las aguas residuales del mundo son liberadas al ambiente sin tratamiento. Esto ha provocado que la presencia, por ejemplo, de metales pesados en el agua potable se encuentre en aumento en países en vías de desarrollo.
El peligro que estos contaminantes representan aún se está investigando, porque han sido las nuevas tecnologías y métodos de análisis químicos los que han permitido medir la ocurrencia y presencia de estos elementos en el ambiente. Es así que la comunidad científica global realiza constantes análisis que sirvan de fundamento para que los países regulen estos compuestos; y Ecuador no se ha quedado atrás.
Entre la intermitencia del agua y Esmeraldas
Jon Molinero, docente de la Escuela de Gestión Ambiental de la PUCE Sede Esmeraldas, es uno de los investigadores que realizó un estudio sobre la presencia de metales pesados y la calidad del agua, de diferentes fuentes, en la ciudad de Esmeraldas; donde la población padece de un sistema de agua potable discontinuo. Esta investigación tuvo “tres resultados interesantes para analizar”.
En primer lugar, explica Jon, la preocupación por los contaminantes en el agua de esta ciudad, se dio porque en la cabecera del río Esmeraldas está Quito; en donde “la mayor parte del agua residual y de las zonas industriales simplemente se vierten al río”. A pesar de esta realidad, los investigadores no encontraron metales pesados que sobrepasaran los niveles de seguridad. Es decir, con estos datos, “el agua potable no es un riesgo de exposición a metales pesados para la población esmeraldeña”.
En cuanto al segundo resultado, resalta el investigador, el estudio hizo una comparación entre el agua de la llave y el agua embotellada; la cual determinó que estas dos fuentes poseen una calidad similar, en la exposición a metales pesados. “La gente está tomando agua embotellada, que es mucho más cara que la de la red, y resulta que no tiene más calidad en cuestión a la concentración de metales pesados”.
Además, esta investigación tomó en cuenta dos tipos de agua embotellada: agua mineral y aguas filtradas, “que muchas veces están tomadas de la propia red y se filtran antes de ser comercializadas”. En el primer caso, se encontró que el agua mineral tiene 10 veces más exposición al arsénico, que el agua de la llave. “Esa agua es legal venderla porque está por debajo del límite que se considera seguro, pero mucha gente estará pensando tomar esta agua porque parece más limpia o segura, pero en realidad tiene 10 veces más arsénico”.
Por otro lado, el agua filtrada también presentó una particularidad: el proceso de depuración es excesivo. “El agua que están comercializando tiene contenido demasiado bajo en algunas sales fundamentales, como sodio, potasio y calcio”. Esto, a largo plazo, podría significar un problema a la salud por escasez de minerales esenciales para los seres humanos.
Por último, el tercer resultado de este estudio comprobó que los niveles de cloración en el agua de las casas no alcanza los niveles mínimos como para garantizar su desinfección. “El agua que llega a las casas ha perdido el cloro y, por la intermitencia en el servicio, muchas personas deben guardar el agua en bidones; lo que aumenta el riesgo de contaminación microbiana”, señala Jon.
Este es uno de los varios problemas que genera la discontinuidad del servicio de agua potable; que puede representar un riesgo para la salud de los consumidores. Por este motivo, investigaciones, como la desarrollada por investigadores de la PUCE, son indispensables para controlar y regular el líquido vital que consumimos, más allá de las grandes urbes.